Camila y Juan Carlos durante más de 15 años estuvieron a tan solo unos pasos de distancia, respirando el mismo aire, saludando a los mismos vecinos y quizás hasta cruzándose en algún semáforo… pero sin conocerse. El destino, como buen guionista, decidió tomarse su tiempo.

En casa de Camila ya había señales del destino: "Tienes que conocerle al hijo de la Ximenita..." Pero como en toda buena comedia romántica, los protagonistas aún no estaban listos para encontrarse.

Hasta que llegó la Navidad del 2018. Fue en un almuerzo familiar —de esos que huelen a tradición, a cariño y a recalentado bien servido— cuando ocurrió lo que solo puede describirse como un milagro navideño. Frente a la casa de La Elenita —o Socorrito, según quién la nombre—, el universo los puso cara a cara por primera vez.

Y aunque parezca obra del azar, ellos saben que hubo un cómplice muy especial. Un ángel con nombre y apellido: el abuelito Jevito, abuelito de Camila, que los veía desde lo más alto del cielo. Por eso, siempre han sentido que ese encuentro no fue casualidad… Fue un regalo, su último gran regalo.

¿Fue fácil? No. ¿Fue rápido? Tampoco. Pero, como todo lo que vale la pena en la vida, fue real.

Meses después llegaron las risas, las caminatas, los viajes, los cafecitos eternos y las sobremesas con las familias. Después, como a todos, les tocó una pandemia que puso el mundo de cabeza… pero no su amor. Más bien, lo fortaleció. Y cuando todo volvió a la calma, tomaron la decisión que marcó un nuevo comienzo: irse a vivir juntos.

¿Fue apresurado? Tal vez. ¿Fue emocionante? ¡Sin duda!

Pero lo que realmente hizo la diferencia fue saber que no estaban solos. Tener el apoyo, la alegría y la aceptación de sus familias fue la base que sostuvo todo. Saber que sus seres queridos estaban felices por este paso, que los acompañaban con amor y confianza, fue el impulso que convirtió una casa en un verdadero hogar.